10 de octubre de 2007

El grupo aragonés deleita a un público entregado en La Romareda...


Cuando las luces de La Romareda se apagaron ya todo daba igual. Ni la espera a que los Héroes del Silencio salieran al escenario ni que el sonido del principio apenas permitiera escuchar a Enrique Bunbury entonar El estanque y Deshacer el mundo podían desbaratar el momento. La gente, entregada ya desde el día que anunciaron su vuelta, hacía bastantes minutos que llenaba La Romareda.

Aún así, la entrada de El Mesías Bunbury y de los chicos del Silencio fue atronadora. Bajo los acordes de Song to the siren, como en los viejos tiempos, las cuatro pantallas que reposaban en el escenario empezaron a mostrar, a través de ella, las siluetas de Bunbury y Juan Valdivia, tocando El estanque. Segundos después, las pantallas tomaron altura y las luces mostraron la primera imagen europea de los cinco hombres del silencio. Con Bunbury al frente, de riguroso negro y con una camiseta de Héroes del Silencio, los aragoneses empezaron el concierto con potencia. Tanta que, en un primer momento, el público aún entrando el calor porque la noche fue de pilares auténticos (mucho frío y viento) le costó reaccionar.

Bastaron unas palabras de Bunbury para que aquello empezara a coger altura a un ritmo de vértigo. "¿Han llegado fríos?¿Tienen frío? Este jodido Pilar... Vamos a calentarnos", les espetó el zaragozano antes de arrancarse con un Mar adentro, que provocó la primera gran canción conjunta (cantada casi a medias entre él mismo y el público). A Mar adentro, le siguieron La carta, Sirena varada y Agosto, que precedió a los momentos más emotivos.

Fue cuando los Héroes ocuparon el segundo escenario, habilitado al final de una T que se adentraba en el público. Desde allí, Bunbury dio paso al recuerdo: " Significa mucho estar de nuevo aquí junto a ustedes a los que agradezco que nos hayan hecho así de grandes". Después, un paso más hacia la locura con canciones como La herida, Apuesta por el rock and roll y Héroe de leyenda.

De vuelta al escenario principal, que destacaba por su grandiosidad y por un despliegue de medios inusual en un grupo español (con cuatro pantallas que no dejaban de proyectar imágenes y un juego de luces poderoso), los Héroes volvieron a volar alto interpretando los éxitos de siempre como Iberia sumergida, Maldito duende, Entre dos tierras, y un Avalancha con el que, con confetis saliendo del escenario, cerraron el concierto... antes de los bises.

Los bises fueron el tiempo del lucimiento de la formación ante un público que ya veía como sus dos horas y media de sueño se iban agotando y cada vez estaba más animado. Seis canciones más (La chispa adecuada, Malas intenciones y En brazos de la fiebre, como destacadas) bastaron para cerrar un espectáculo que, para no desmerecer a la escenografía, concluyó con fuegos artificiales. Una función que acercó un poco más a los Héroes a la leyenda, si es que aún no formaban parte de ella.

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